miércoles, 19 de agosto de 2009



CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO ENGUAYABADO



Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.



Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.



Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...



De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.



- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.



- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.



- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta



Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.



Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita pero en el camino se tomo una gaseosa pues la noche anterior tubo una gran fiesta y tenía la reseca, así que se tomo un energizarte el cual le dio un poco mas de vitalidad, para seguir el camino el cual era difícil ya que hacía demasiado calor y había una gran subida por eso decidió mejor tomar el tranvía para llegar un poco más temprano al llegar llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo, el cazador se llamaba Fernando y le guastaba estar siempre pendiente de todo lo que pasaba a su alrededor, pues este solía con todo lo que veía realizar poesías con la inspiración de grandes poetas como Mario Benedetti y pablo Neruda. Por eso observaba todo hasta los pasos del lobo



El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, solo que lo modifico un poco a su estilo realizándole un pequeño dibujito acerca del amor luego se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta ya que en el camino había conocido a un chico el cual le llamo mucho la atención y el cual quedo de invitarla a comer un helado al día siguiente



La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.



- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!



- Son para verte mejor y además estas gotas me los agrandan un poco- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.



- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!



- Son para oírte mejor y además desde que he decidido volver a usar aretes, estas me las inflaman un poco- siguió diciendo el lobo.



- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!



- Son para... ¡comerte mejor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita , aunque de inmediato le toco ir al baño porque se indigesto un poco, así que de paso decidió mandarse algunos objetos mas de la casa como jarrones, libros y la televisión , quedando satisfecho.



Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.



El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.



Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.



En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.



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